El tiempo como elemento dimensional, conforma nuestras acciones que se articulan en función de él, sin embargo, es un elemento que en la red de tránsito del metro, se convierte en un fantasma amenazante que fluctúa en cada individuo y que a su vez es afectado por un conjunto de variables ajenas a su control, así, cada quien dispone de tiempos muertos, fuera de nuestro control y pretendemos asumir un orden personal en función del uso horario que organizamos previo a un día, semana o mes. Y dicha agenda cerebral y calculada se encuentra sometida a fluctuaciones que escapan a un control total de manera que inevitablemente no podemos evitar pensar en una gran cantidad de opciones mentales que verbalizamos como: “yo hubiera” o “de no se por...” de manera que actividades que dejamos en el olvido por superfluas, inútiles o simplemente infantiles, se postergan indefinidamente y quedan en una dimensión ajena a nuestra agenda importante o inmediata.
Por medio de actividades lúdicas representadas en sitio y ajenas en virtud del espacio de vitrina, se evidenciaba que tan importante es la desaforada actividad cotidiana y ritual, y cuán importante o necesario es dedicar tiempo al juego como parte de otro ritual de contemplación personal.